En ese trayecto de lo particular a lo general, sabemos al menos desde Homero y Shakespeare que, únicamente buceando en el abismo personal, es posible dar forma a sentimientos universales. Las sensaciones, estados de ánimo, miserias, alegrías, gozos, dolores del hombre son las mismas desde que el mundo es mundo. Eso lo han plasmado inmejorablemente escritores, pintores y músicos. Y por supuesto, una canadiense de aspecto frágil y temple de hierro, conocida como una desprejuiciada devoradora de hombres, y dotada con el suficiente talento para captar en sus palabras los sentimientos de millones de personas, desde un punto de vista que, si bien parte de su condición femenina, no se olvida de entender, como pocas mujeres, las inseguridades, frustraciones e idiosincrasia masculinas. La pluma de Joni Mitchell recorre con una enorme perspicacia toda la gama de detalles que conforman la vida cotidiana. Es una mirada desde dentro, que trasciende al exterior y devuelve como un espejo todo aquello que nos condiciona, nos afecta, nos marca y nos salva o destruye. En su album "Blue", asistimos a algo parecido a una sesión de psicoanálisis desde un cómodo sillón en un café. Como voyeurs de vidas propias y ajenas, estas narraciones atrapan nuestra atención en apenas unos minutos, al modo de los mejores relatos. Se me antoja que Joni es de la estirpe de los grandes cuentistas, en realidad, es casi proverbial la capacidad de Joni para penetrar por igual en el mundo de ambos sexos.
Dentro de este álbum me gustaría destacar la canción que da titulo a su trabajo, Blue es una canción de sonido sombrío con notas de piano, es desolación pura. Las canciones son como tatuajes, dice. Y es cierto. Esta se tatúa en tu alma de repente, sin aviso ni defensa posible. Es la respuesta, como todo el álbum, a una serie de sentimientos profundos, un desnudo en público provocado, sobre todo, por dos relaciones. Una tremendamente hermosa, pero inevitablemente rota, con Graham Nash y otra totalmente tormentosa con James Taylor, que la dejaría devastada. Todo eso se imprime en esta letanía que ella canta de manera especialmente profunda acompañada de aquél poderoso piano Stenway que andaba por el estudio y con el que, casi a la vez, grabaron sus mejores discos ella y su buena amiga Carole King. Mitchell describe 'Blue' como una oda a los sentimientos de depresión y desolación, mientras menciona las formas en que las personas pueden adormecer el dolor: "Ácido, alcohol/ Agujas, pistolas y hierba/ Mucha de risas”. Pero no hay risas en 'Blue'. Cuando no queda nada más que tristeza, a veces es todo a lo que puedes recurrir hasta que empiezas a formar un vínculo con ella y dependes de ella. “Azul, te amo”. 'Blue' resuena con una gravedad absoluta que puede consumirlo todo, pero también catártica y limpiadora, como exorcizar un demonio o purgar la oscuridad de ti. Mitchell ha hablado de Blue , el álbum y la canción, como un medio para hacer frente a la infelicidad que estaba sintiendo de una manera saludable.
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