"Diez años tardé en volver. Y de este regreso, o tal vez de todo lo vivido mientras tanto, surgió esta inesperada continuación." Son palabras del propio Robe, y llama la atención que esta "continuación" de "La ley innata", venga en esta ocasión de la mano de Robe Iniesta en solitario, y en una estructura más cercana a aquel disco de Extremoduro que a las dos entregas de Robe sin su banda de siempre. Como ya ocurriera en "La Ley Innata", esta nueva obra consta de interludio, cuatro movimientos y una coda final. Publicada en abril de 2021 por El Dromedario Records, fue en realidad concebida en 2018, pero su lanzamiento se retrasó para no interferir con la gira de despedida de Extremoduro, finalmente cancelada por la pandemia de COVID-19. Por el camino, diez años en los que Robe, con Extremoduro o en solitario, nos dio muchas otras canciones con las que elevarnos y dejarnos llevar, pero nada comparado a lo que nos regala en los grandiosos y apabullantes cuarenta y tres minutos de "Mayéutica", una gran carta de amor y de arrebato pasional, en la que verso a verso va desatando un auténtico ciclón de emociones y sentimientos, alternando tramos más poéticos y delicados con otros en los que la contundencia de la música es realmente impresionante.
El disco comienza con el Interludio, y ya desde el principio encontramos conexiones con "La Ley Innata", tanto en la melodía de violines que nos lleva a la "Dulce introducción al caos", como en guiños a frases de aquel disco: "Se cae la casa desde que se marchó, perdí la pista del eje del salón". En este primer corte, y además de los impresionantes violines, Robe da las primeras muestras de genialidad e intensidad poética, cantándole a su "musa" para que vuelva ("Dejo las ventanas sin cerrar y la puerta abierta por si decidiera regresar que no tuviera que esperar, que nada la entretenga."), dejando entrever que está empezando a perder la esperanza en que eso ocurra ("Y dejo las canciones sin final por si no vuelve nunca más y nada fuera cierto").
En el Primer Movimiento: Después de la catarsis, el toque clásico de los violines sigue mandando en la melodía, y el derroche instrumental es, por momentos, impresionante, con los solos de guitarra fundiéndose con los violines en el tramo final. La historia da un giro en positivo porque ella ha vuelto ("No quedan sombras del pasado desde que te has acercado. Ahora todo es claridad.
No quedan penas atrasadas, ni quedan puertas cerradas, ni nada que derribar"). El anhelo y las dudas han dado paso a la luz y el optimismo, y Robe decide entonces sincerarse y expresar sus sentimientos ("Y pongo, a ver qué pasa, hoy las cartas sobre la mesa, y te voy a decir lo que a mí me pasa, por si te interesa") y abrazar el sentimiento de esperanza que de nuevo renace en su interior ("Hoy tal vez el viento sople a mi favor y me empuje, me eleve y me lleve y me lleve").
El Segundo Movimiento: Mierda de filosofía es un paso más en la euforia que ha supuesto el regreso de su amada, algo que transmite por igual en la intensidad de las letras y en la agresividad y la potencia de la música, en el tema más guitarrero y directo del disco, una manera de "volver a lo primario, que yo solo quiero hacerte bailar, bailar, bailar como una puta loca". Es, sin duda, el tema más Extremoduro del disco, con vibrantes solos de guitarra, órgano Hammond y, cómo no, violines, y la canción elegida para su promoción en los medios, apoyada en un impresionante vídeo firmado por Diego Latorre.
En el Tercer Movimiento: Un instante de luz la reconciliación se consuma, y con el reencuentro sexual la música también se acelera y se desata ("Date prisa, métete en la cama, que el vis a vis se acaba y empieza aquí, con esta flor, la primavera"). Una vez apagado el fuego que incendiaba a los dos amantes, queda la calmada declaración de amor, en una de las mejores frases del disco: "No quedan penas atrasadas, ni quedan puertas cerradas, ni nada que derribar.
Nada después de tu mirada. Nada después de este instante de luz, solo una imagen congelada. Nada después de este instante, que tú." El intenso solo de guitarra final, y el final en tono clásico son de un nivel superlativo, y la mejor antesala del siguiente movimiento.
Adentrarse en el Cuarto Movimento: Yo no soy el dueño de mis emociones es, como su nombre indica, darse cuenta de que, a estas alturas del disco, no somos ya dueños de las emociones que esta obra sublime nos genera, y de que Robe nos tiene ya guardados en su bolsillo y nos maneja a su antojo, seguro de que, a estas alturas, una canción de más de quince minutos se nos va a hacer corta. Tras un desenlace instrumental que es de nuevo brillante, llega el momento de cerrar el disco con una Coda Feliz que, en el fondo, y mientras el volumen de la pista se va apagando, esperamos que quede una vez más abierta, como las ventanas y la puerta que, al principio del disco, Robe se negaba a cerrar para que ella regresara. Porque si esta fuera otra de esas canciones que el genial músico deja "sin final, por si no vuelve nunca más y nada fuera cierto", entonces quizá hubiera, en el horizonte, una nueva entrega de la excelsa serie de discos que componen La ley innata y Mayéutica.