Nadie está seguro del origen del término “krautrock”, que tiene una raíz despectiva por un potaje a base de col que comían los alemanes en la primera y segunda guerras mundiales. Es decir, es una denominación peyorativa que a nadie gusta, y menos a los protagonistas de este “movimiento”, y algunos de ellos prefieren kosmische musik como dijo Edgar Froese, de Tangerine Dream, o elektronische musik, más cercano a los abrevaderos electroacústicos. En un riquísimo y portentoso volcán musical teutón se desarrollaron las más interesantes manifestaciones de lo que se podría llamar una “freakattitude” que sirve para calificar una conducta creativa no convencional, que se experimentaba alegremente, sin temor a romper moldes, sin rockstars a la anglosajona y que incluso incorporaban desenfadadamente acentos del folk alemán en desplantes de ironía dadaísta. El virtuosismo era desplazado en favor de la experimentación, entre la psicodelia y la electroacústica, la improvisación y el jazz avantgarde, la música concreta y la electrónica modular analógica, en un momento en que empezaban a salir de las fábricas las bisabuelas de las computadoras personales.
Concluía la década de los sesenta cuando dos estudiantes de conservatorio, Florian Schneider y Ralf Hütter, se conocieron en Dusseldorff en un curso de música improvisada. Ambos iniciaron un proyecto originalmente llamado Organisation, embrión de la banda que, poco después, aunque aún no lo sabían, se conocería como Kraftwerk. La formación la completaron posteriormente Wolfgang Flür y Karl Bartos. Con un cono naranja y blanco como distintivo, empezaron a tocar en universidades, galerías de arte y cafés ante un público entre desconcertado y seducido. Elegantes en su estética, impecables en sus formas, distantes y recelosos de la prensa: Kraftwerk maridaron la vanguardia con el pop comercial y crearon un sonido industrial hipnótico y seductor que celebraba el futuro digital que estaba por venir. Un elemento caracteriza principalmente a la formación: su continua investigación en las posibilidades de los medios electrónicos para generar música. En sus tres primeros trabajos (Krafwerk I, Krafwerk II y Ralf and Florian), instrumentales, popularizaron la música electrónica y anticiparon géneros como el house, techno, dance y trance. Las melodías pegadizas, los ritmos repetitivos –con cierta tendencia a una monotonía vital– y una estricta instrumentación minimalista cuajaron de manera definitiva en su cuarto álbum, Autobahn, que por primera vez incluía voz en sus canciones. Era una voz que se asemejaba a los mensajes radiofónicos, sencillos, simples.
«Das Model» (en su versión original en alemán) surgió de un poema que el colaborador artístico de la banda, Emil Schult, escribió sobre las modelos de alta costura que observó en una discoteca de Colonia. Algunas feministas afirman que la canción objetiva a su protagonista: una mujer que solo existe para la mirada masculina, sonriendo por dinero. Otras la defienden como una crítica a la sociedad de consumo que reduce a las mujeres a autómatas sin nombre. Como canción sobre un ser humano, sin duda es una rareza en el catálogo de una banda que se siente más cómoda abordando la arquitectura y la tecnología. Pero no hay debate sobre lo pegadizo del estribillo estridente y la melodía vibrante de la canción. (Para los aficionados a la música, probablemente se trate de un Micromoog al bajo, un Polymoog al líder y un Minimoog tocando la melodía que aparece en el minuto 1:30, pero la banda es bastante reservada con su equipo). Kraftwerk puede que desdeñara las listas de éxitos, pero sentó las bases del pop moderno.
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