domingo, 27 de abril de 2025

Vengo del placard del otro (2002) - Divididos (Mes Divididos)

 

Vengo del placard del otro, Divididos


     En el invierno de 2002, cuando Argentina se tambaleaba en una de las peores crisis económicas y sociales de su historia, Divididos lanzó un disco que además de capturar las actitudes, creencias y valores de una era en una nación fracutrada como la argentina, también redefinió los límites del rock argentino. Vengo del placard de otro, el séptimo álbum de estudio de Divididos, llegó como un grito visceral que mezclaba la rabia, la ironía y la diversidad sonora con una potencia que solo “La Aplanadora del Rock”, como se le conocía a Divididos, podía desatar. Este álbum fue todo un manifiesto, un espejo roto que reflejaba las heridas de un país y, al mismo tiempo, un testimonio de la resiliencia de sus creadores: Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Jorge Araujo. El álbum, grabado en los estudios Del abasto de Buenos Aires, Argentina, se compone de 14 viscerales canciones.

Para entender el álbum tenemos que entender el contexto. Argentina, en 2001 y 2002, estaba sumida en el caos: el corralito bancario, la devaluación del peso, la renuncia de Fernando de la Rúa y una sucesión de cinco presidentes en una semana habían dejado a la sociedad en un estado de shock. La pobreza se disparaba, las calles hervían de protestas, y la confianza en las instituciones se desmoronaba. En medio de este vendaval, Divididos, liderados por la guitarra filosa de Ricardo Mollo y el bajo profundo de Diego Arnedo, decidió no mirar hacia otro lado y plantar cara. Sobre este disco, Ricardo Mollo afirmó en una entrevista de la época: “Es el disco de las ganas, si bien estamos viviendo una crisis social muy fuerte, esto fue hecho por el entusiasmo de personas que quieren seguir haciendo las cosas con ganas”. Este entusiasmo, quedo refeljado en un trabajo que estaba impregnado de una ironía mordaz y una conciencia aguda de la realidad.
El título del álbum, Vengo del placard de otro, es en sí mismo una declaración muy críptica, como tantas letras de la banda. 


La portada, con una morcilla en primer plano, refuerza esta idea. “La morcilla es un poco como el moretón argentino”, explicaron los músicos, aludiendo a los golpes que el país había recibido. Pero lejos de ser un lamento, el disco es una celebración de la diversidad, un collage sonoro que abraza el rock, el funk, el folklore, el pop y hasta un villancico deforme, demostrando que, incluso en momentos de adversidad, la creatividad puede florecer. La aplanadora del rock, fieles a su nombre, encontraron en la diversidad su mayor fortaleza. Como señaló el periodista Tom Lupo, citado por la banda: “Divididos venía de diversidad. Y éste es nuestro disco más diverso y, por ende, el más Divididos de todos”. Este álbum no se conformó con el sonido crudo y potente que había caracterizado trabajos anteriores como Acariciando lo áspero o Narigón del siglo. Aquí, la banda experimentó con una amplia y variada paleta de sonidos, incorporando desde una sección orquestal con doce violines, cuatro chelos, fagot, corno y flautas hasta instrumentos como el udu, el cajón y la pandereta.

El trío argentino se encontraba su apogeo creativo. Este fue el último álbum de estudio con Araujo, quien dejó la banda en 2004, y su aporte es innegable. Su versatilidad en la percusión, desde los ritmos funk de Miente el after hour hasta los toques folklóricos de Guanuqueando, es un pilar del disco. Mollo, por su parte, consolidó su evolución vocal, alejándose del tono más crudo de los noventa para explorar matices más melódicos, mientras que Arnedo aportó no solo su bajo inconfundible, sino también coros y arreglos que enriquecieron la textura del álbum. La producción, a cargo del ingeniero Álvaro Villagra, fue fundamental para capturar la ambición sonora del proyecto. Grabado casi íntegramente en los estudios Del Abasto al Pasto, el disco suena pulido pero crudo, un equilibrio que permite que la energía de Divididos brille sin perder su filo. La incorporación de instrumentos poco convencionales y una sección orquestal en temas como Puertas añadió una riqueza y una dimensión cinematográfica, algo que la banda no había explorado con tanta profundidad en trabajos anteriores.



Vengo del placard de otro
no solo fue un éxito crítico y comercial en su momento, sino que su relevancia ha crecido con los años, Con canciones como Cajita musical, que abre el disco. Este tema
se convirtió en el primer corte de difusión. De la canción se realizó un videoclip dirigido por Nahuel Lerena, que además contó con la participación especial de Alberto “Superman” Troglio, exbaterista de Sumo; Villancico Del Horror, uno de lo momentos cumbres del álbum. La canción, con su tono sarcástico, repasa los eventos traumáticos de diciembre de 2001. La letra, con referencias al corralito y la represión, es un puñal disfrazado de villancico, un recordatorio de que el humor puede ser un arma poderosa frente a la tragedia. Diego Arnedo lo resumió perfectamente: “En el disco hay una muestra de lo tragicómico de la sociedad argentina. Desde la ironía, desde el humor y desde lo drástico también”; Despiértate Nena, otro guiño a las raíces argentinas con este cover de Luis Alberto Spinetta y su banda Pescado Rabioso. La aplanadora del rock toma este clásico del rock nacional y lo transforma en un rabioso tema, con la guitarra de Mollo desatando una tormenta que rinde homenaje a Spinetta; O el cierre del disco, la versión del Guanuqueando, todo un homenaje al folklorista jujeño Ricardo Vilca, cuya composición, grabada en vivo en El Pucará de Tilcara en agosto de 2000 junto al compositor, músico y maestro rural argentino Vilca como invitado, es un viaje al norte argentino, una conexión con la tierra que contrasta con la urbanidad caótica de las otras canciones. La inclusión de este tema, grabado fuera del estudio subraya el compromiso de la banda con el folklore, un género que siempre han abrazado con respeto y creatividad.

La frase Vengo del placard del otro puede interpretarse como una metáfora de vivir bajo la sombra de otra persona, de no ser auténtico con uno mismo, escondiéndose detrás de una identidad que a uno no le pertenece. Esto es algo que desde luego no hizo el trío argentino, que lejos de escondese, decidieron tirar la puerta abajo para expresar toda la rabia y sentimiento de un país sumido en una grave crisis, y un pueblo desencantado y desmotivado por la clase política del país.

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