viernes, 16 de agosto de 2019

El disco de la semana 140: Billy Idol - Devil's Playground




Verano del 89. Calor, chicas, música, con 16 años todo ello convergía en un lugar idealizado: las piscinas municipales. Bocadillo de tortilla, toalla y algo de dinero para comprar un refresco y un helado eran el único equipaje en la mochila. Eso, la ilusión de Romeo de poder encontrar allí a Julieta bañándose al sol, y varias cintas de cassettes del momento para escucharlas en el radiocassette que algún amigo siempre llevaba. Aquel verano, Prince y el murciélago desbancaron al Acid House, pero la cassette que más triunfó bajo la sombrilla de la piscina municipal, mientras jugábamos al mus y observábamos a los grupos de chicas de sombrillas cercanas, fue el Charmed Life de Billy Idol.

Acusado hasta entonces de hacer un punk comercial e inmaduro, más cercano al pop rock que al punk más ortodoxo, sin salirse demasiado de sus señas de identidad, se marcó en ese momento un disco brillante y más maduro que los anteriores. Temas como "Pumping of Steel" o la versión del "L.A Woman" de los Doors nos acompañaron en aquellos días de piscina y despreocupación.

Pero ningún verano dura eternamente, aunque Bryan Adams se empeñe en eternizar el verano que pasó en el 69. Y en este caso, al verano de Billy Idol le siguió el frío invierno del "Cyberpunk" (1993), un fallido intento de modernizar su sonido y crear un género de "techno punk" que, salvando la brillante "Shock to the system", no había por dónde cogerlo y fue el gran fracaso de su carrera. Aquel disco se le llevó por delante, hasta el punto de que nadie esperaba ya un retorno de un artista que parecía ya desaparecido definitivamente.

Doce años después, las piscinas municipales habían pasado ya a la historia. Independizados, viviendo en urbanizaciones con piscinas comunitarias, no parecíamos echar de menos nada de la anterior época. Y de repente, una tarde cualquiera de 2005, mientras rebuscaba feliz en una tienda de discos, vi de nuevo un pelo rubio de punta y una mirada desafiante desde la portada de un CD del expositor. El Elvis del Punk había vuelto, a reclamar con actitud chulesca su derecho a jugar en el patio del diablo.


DEVIL'S PLAYGROUND

"En el patio de recreo del diablo con una mente de ídolo (Idol). Directo al grano, listo para empezar, anuncia el momento"

Con este llamamiento verbal, y con una alta dosis de adrenalina musical, arranca el regreso de Billy Idol a la arena del patio de recreo del diablo, el lugar en el que más a gusto se siente. Super Overdrive explota con afiladas guitarras punk, que recuerdan a la producción del American Idiot de Green Day. Billy Idol deja claro desde el principio cuáles son sus intenciones, rodeado de sus colaboradores habituales (su inseparable Steve Stevens al mando de las guitarras, y Keith Forsey a la producción).

Los decibelios siguen en todo lo alto con World Comin' Down, otro excelente tema, quizá más alejado de los preceptos punk clásicos, para mirar hacia adelante con un sonido punk rock más actual. Green Day de nuevo aparecen como referencia estilística más evidente.

Rat Race comienza como un medio tiempo, basado en la clásica batería programada del más puro estilo Idol, acompañada del ritmo de una guitarra acústica, pero al llegar al estribillo el tema explota y vira abruptamente hacia el hard rock de guitarras pesadas, con la voz de Billy Idol en plena forma.

Tras el vigoroso arranque de las primeras canciones, para mi gusto con Sherri baja un peldaño y hace un guiño a sus temas más comerciales de los ochenta. En cualquier caso, es una canción que se disfruta fácilmente, y tanto Steve Stevens en la guitarra, como Brian Tichy a la batería y Stephen McGrat al bajo, entregan un trabajo a la altura de sus interpretaciones en el resto del disco.

El nivel del disco se dispara de nuevo con Plastic Jesus, aunque musicalmente las guitarras se rebajen en una balada acústica con sabor a carretera estadounidense. Billy Idol borda la parte vocal y aporta una de las letras más cínicas y divertidas del disco, sobre el Jesús de plástico que el protagonista lleva en el salpicadero del coche, que le protege en la carretera y le permite decir tacos al volante. Ironía, oficio y calidad para un tema grande.

Pero este no es un disco acústico ni de baladas, y la descarga de adrenalina y decibelios vuelve en Scream, canción que sigue la senda del Rebel Yell de los ochenta o del rotundo Speed de los noventa. Toda la banda suena enorme, en un tema que avanza sin control y a punto de descarrilar. Billy Idol en estado puro, contando a una chica lo que quiere de ella esa noche. "Hazme gritar, toda la noche". No hacen falta metáforas ni paños calientes.




Después de hacernos gritar e ilusionarnos, de repente se calza unos pies de barro y patina estrepitosamente con Yellin' At The Christmas Tree, un tema navideño que no encaja en el disco, ni por temática musical ni, lo que es peor, por fechas, ya que el disco se publicó en el mes de Marzo de 2005. Los insufribles arreglos de campanas navideñas destrozan el poco interés que la base rockera del tema podría haber presentado, y todo queda en un bache en el camino.

Afortunadamente, es solo un espejismo, y Romeo´s Waiting vuelve a la línea de punk rock moderno, abriendo un segundo tramo brillante del disco, en el que tienen cabida propuestas más duras como Body Snatcher o Evil Eye (en las que Steve Stevens vuelve a lucirse y a mostrar oficio). Con este bloque de canciones, nos despedimos de los himnos adrenalíticos del disco, para entrar en un tramo final en el que Billy Idol nos sorprende con un registro más maduro y acústico.

Absolutamente brillante es Lady Do Or Die, tema que explora las raíces del country rock y del rock and roll, con un ejercicio de madurez vocal que por momentos nos recuerda al Johnny Cash de los American Recordings. Cherie sigue la senda del tema anterior, con alguna dosis extra de azúcar comercial que la hace agradablemente ligera y digerible.


Summer Running cierra a buen nivel el disco. Para el final, Billy Idol parece decantarse por la línea acústica y melódica del último bloque, con una melancólica letra sobre un idílico verano ya lejano.
¿Se referirá a aquél verano del 89, de descubrimiento del calor, las chicas y la música? ¿Tendrá en mente alguna piscina comunitaria? Probablemente no, pero no nos pongamos melancólicos. No es el momento ni el lugar porque, a mitad de tema, la cabra tira al monte y las guitarras de Steve Stevens acompañan de nuevo al Elvis del Punk hacia su terreno favorito, su particular y demoníaco patio de recreo.

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