Muchos han sido los artistas que se lanzaron a hacer versiones de este mítico tema, desde los cantantes más cercanos al género como Nina Simone, Sam Cooke o el dúo formado por Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, pasando por las revisiones instrumentales de grandes del jazz como Charlie Parker o Miles Davis, y terminando por versiones más sorprendentes como las de Peter Gabriel, James Brown, Paul McCartney o la propia Janis Joplin que, en mi opinión, entrega en 1968 la versión más intensa y conmovedora.
La suave instrumentación que acompaña a la voz de Joplin es sorprendentemente excelsa, y uno de los momentos más afinados de una Big Brother & The Holding Company no habituada a las texturas del jazz, pero son las cuerdas vocales de la señora Joplin las que disparan la canción hasta el infinito y más allá de cualquier etiqueta o calificativo que queramos ponerle. La manera en la que su voz va pasando del melancólico susurro al grito desgarrador te pone literalmente "los pelos como escarpias", y dota a la pieza de Gershwin de una intensidad y dramatismo a los que ni la original ni las sucesivas versiones habían llegado.
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