Tras el éxito de discos como Casanova o A short album about love, obras a la par románticas y alegres, que consiguieron el reconocimiento de crítica y público, todos esperaban que Hannon entregara un nuevo capítulo del pop ligero y luminoso al que aquellos discos les habían acostumbrado. Y aunque el primer single de Fin de Siecle (The National Express) fuera una canción tan divina y comediante como las anteriores, casi nadie estaba preparado para lo que el resto del disco estaba a punto de mostrar, en canciones mucho más intensas y angustiosas, y acompañadas de un despliegue sonoro sin precedentes, interpretado por un tropel de músicos que superaba con creces la centena, incluyendo la colaboración de una soprano, tres tenores, y de la orquesta Brunel Ensemble y el coro del Crouch End Festival al completo.
Fin de Siecle fue, en un principio, y a pesar de tamaño esfuerzo y derroche, un disco incomprendido y poco valorado, algo a todas luces injusto porque hablamos de un excelente álbum, en el que los habituales pasajes orquestales de la banda adquieren por momentos una dimensión y grandilocuencia espectaculares, con la genialidad de estar, en ocasiones, engarzadas dentro del armazón de canciones en las que ese derroche instrumental contrasta con temáticas y letras marcadamente ligeras como Generation Sex, el tema con el que arranca el álbum, o la misteriosa Thrillseeker, una de las piezas en las que mejor funciona ese contraste entre la música de cámara y los sutiles y oscuros arreglos electrónicos.
Tras la más que conseguida atmósfera de melancolía y tristeza que impregna Commuter Love, en la que el protagonista describe su pasión secreta por una mujer a la que observa cada día en un trayecto en tren hasta el trabajo, y a la que nunca confesará su amor, llega el que probablemente sea el momento de mayor genialidad del disco con Sweden. En un tono de lo más "naif" y a través de una multitud de simples explicaciones, Hannon relata los motivos por los que piensa retirarse a vivir en Suecia, a ritmo de una, de nuevo, grandilocuente y precipitada orquesta.
Tras este espectacular póker de canciones, y pese a tener tramos en los que las atmósferas de contraste entre lo clásico y lo electrónico son dignas de elogio, los más de ocho minutos de duración de Eric the gardener se hacen algo largos y dejan la sensación de romper de algún modo el ritmo de crucero que el disco ya había tomado. A la vuelta de este largo rodeo, llega el turno de la ya mencionada The National Express, uno de los singles más aclamados de The Divine Comedy. Una luz brillante y fugaz, atrapada entre los que quizá sean los dos temas menos reseñables del disco, porque si a Eric the gardener le sobran minutos, a Life on Earth le falta algo de la chispa de otros temas del álbum, y siendo un buen tema no termina de sorprender durante la escucha.
El momento valle pasa pronto y sin hacer que perdamos la esperanza y la ilusión por la llegada del fin de siglo, porque en The Certainty Of Chance vuelve el genio compositivo y los arreglos orquestales de relumbrón. En este tramo final del disco, Here comes the flood mantiene el listón a un nivel adecuado, preparándonos para el grandioso final de Sunrise, en la que Hannon se abre a contar su difícil infancia en Derry, en mitad del conflicto de Irlanda del Norte, planteándose como pudo "ver esas cosas y aún sonreír". No se como lo consiguió, pero ahora que volvemos a levantarnos cada día con los ecos de los tambores de una nueva e innecesaria guerra, se agradece que haya discos como éste para recordarnos que es mejor tomarse la vida como si fuera una divina comedia.
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