Como nos gustan
mucho las historias el pasado mes de abril, los miembros de 7dias7notas hemos
participado en el "V concurso de relatos breves de Butarque" lanzado por la Asociación Vecinal independiente de Butarque, donde fieles a
nuestro espíritu nuestro relato lleva asociada la música.
En esta ocasión
no hemos tenido o alcanzado el primer puesto, ya que los jueces del concurso se
decidieron por otro relato mucho mejores, pero como sabemos que a nuestros seguidores les
gustan nuestras historias, les compartimos nuestro relato, para que lo
disfruten tanto como nosotros lo hemos hecho cuando decidimos participar.
Un argentino en la corte del barrio de Butarque
Madrid estaba nublado cuando el avión
aterrizó en el aeropuerto de Barajas. Ese fue el primer gran contraste con el
tiempo veraniego que dejé atrás en Buenos Aires. Con 12 horas de avión a mis
espaldas y los efectos en mi cuerpo de las 4 horas de diferencia horaria con
Argentina, aún me quedaban por delante 30 minutos de taxi hasta mi nuevo
barrio, mi nuevo hogar, tan cerca ya y tan lejos de lo que había sido mi vida
hasta el momento.
La crisis en Argentina, los problemas
económicos que atravesaban mis viejos, y la insistencia de mis abuelos paternos
(gallegos) en lo que consideraban la mejor decisión en esas circunstancias,
fueron los detonantes que nos propulsaron en un viaje transoceánico hasta
Madrid. Era también, según ellos, lo mejor para mí, pero paradójicamente no
contaron mucho conmigo o con lo que yo pudiera pensar al respecto. ¿Pensaron
qué sería de mí como adolescente en este nuevo lugar? ¿Pensaron acaso en lo que
iba a suponer buscarme un hueco entre amigos nuevos a la edad de 14 años, en un
barrio en el que probablemente todos los chicos tenían ya sus grupos formados y
su vida encauzada?
Mis amigos, sin embargo, quedaban
atrás en la distancia. Prometimos escribirnos y les juré por lo más sagrado, es
decir por Soda Stereo y Los Abuelos de la Nada, que el verano siguiente iría a
verles en cuanto mis padres pudieran pagar un pasaje de vuelta. Mis abuelos
maternos quedaron en Buenos Aires y, por lo tanto, el hilo conector seguía
existiendo y teníamos un lugar en el que alojarnos durante el tiempo que
pudiéramos pasar en la añorada patria.
¿Y qué había llevado conmigo además de
una maleta llena de dudas y miedos? Me acompañaba mi vieja guitarra fender,
regalo de mi abuelo materno, en sus tiempos cantante de tangos de cierta
repercusión local en la Buenos Aires de los años 40-50, como parte de una
orquesta de tango que se llamaba “Los Solitarios". No en vano, el nombre
con el que bautizamos al grupo de rock con el que los amigos pretendíamos
convertirnos en estrellas de rock fue "Los Llaneros Solitarios", y no
solo por la pasión inculcada por mi abuelo, sino por las tiras cómicas de “El
llanero Solitario”. Como Felipe en la tira cómica Mafalda, mis amigos y yo
éramos fervientes admiradores de nuestro héroe de ficción. Aquel sueño de
llegar al estrellato musical también había quedado enterrado a 12 horas de
avión en el hemisferio Sur.
El taxi llegó a una zona de edificios
y zonas verdes que parecía bastante tranquila. Un bulevar atravesaba la calle
principal, franqueada por una línea de edificios a cada lado y, detrás de
éstos, otras dos calles paralelas a la calle principal. En los bajos de los
edificios estaban los comercios, principalmente bares, cafeterías y farmacias.
No estaba mal si tu plan era beber hasta ponerte enfermo, y comprar después
analgésicos y jarabes contra la depresión posterior.
El departamento que habíamos alquilado
no era muy grande, en esta nueva etapa me tocaba compartir habitación con mi
hermana, y ella estaba aún más enfadada porque ahora tenía que compartir
espacio con mi guitarra y mis calcetines olvidados en el suelo. Nos queríamos
mucho, pero mi guitarra y su legión de zapatos eran fuente de pelea constante.
Mi madre estaba hablando con la dueña
del departamento sobre el funcionamiento de la ducha, la heladera y sobre como
prender el calefón y recuerdo, como si ese momento hubiera sucedido ayer,
mirarles anonadado y con la sensación de que ambas hablaban idiomas
completamente diferentes, mientras la señora respondía: "El piso está
reformado, la nevera es nueva y la caldera hay que encenderla ya que ha estado
apagada mientras el piso no estaba alquilado pero funciona perfectamente...
"
Al día siguiente, mi padre nos
despertó y nos dijo que nos vistiéramos para ir al nuevo colegio, en el que
"ya veréis como conocéis nuevos amigos muy pronto y que todo va a ir muy
bien". A los 14 años esas cosas son un mundo, cada acontecimiento es una
revelación, y las diferencias se hacen más grandes cuando descubres que ese
mundo está partido en dos, algo que sólo averiguamos cuando salimos de nuestra
"mitad" del mundo. Estando en clase, los que en Argentina eran
conquistadores pasaron aquí a ser respetados aventureros y descubridores,
protegidos por admirados reyes de brillante historia. La lengua del ustedes y
el vos pasó a ser de vosotros y tú, y solo las matemáticas mantuvieron la
lógica de que 1+1 siguieran siendo 2.
Pero poco a poco comencé a conocer
nuevos amigos, y no es que los anteriores se me fueran olvidando, pero contra
todo pronóstico el acento extraño y el "Che" me fueron ayudando. Al
salir del colegio volvía a casa por el bulevar que cruza el barrio, y un día me
encontré a uno de los chicos de mi clase llevando unos platos de batería. Me
detuve a preguntar que hacía con ellos, y me contó que era parte de una banda
de rock y les habían dejado ensayar en el local de la asociación de vecinos,
justo enfrente del Instituto. A cambio ellos tocarían en las fiestas populares
del barrio en el mes de junio.
Seguimos hablando durante todo el
camino hasta el local de la Asociación, y le conté que yo tenía una banda de
rock con unos amigos. Ya en el local, mientras él montaba la batería en un
rincón, descubrí que paradójicamente había huido de una situación complicada en
Argentina, en la que peligraban cosas básicas como la educación y la sanidad,
para llegar a un barrio en el que el Instituto había costado un movimiento
vecinal, y en el que aún no contaban con servicios básicos como una Biblioteca
o un Centro de Salud. Aquello me dejó confundido y absorto en mis pensamientos,
hasta que el chico me zarandeó y me dijo: "¡Eh, que no te enteras, que si
te apuntas un día a ensayar con el grupo!"
Volví corriendo a casa en busca de mi
vieja guitarra, no la había tocado nunca desde que había llegado a Madrid. Subí
las escaleras de un tirón, abrí la puerta del departamento dejándola abierta
tras de mí, apenas escuché a mi madre diciendo una vieja frase de "no
vives en carpa", pero sin hacer mucho caso recorrí el pasillo hasta mi
cuarto, en busca de la guitarra. Pero
fue regresar a la puerta de entrada y allí estaba nuevamente mi madre, enojada
por las pintas que traía, y recordándome que debía quedarme en casa ya que la
comida ya estaba sobre la mesa.
Ese día se me hizo muy largo. Era la
primará vez que quería volver al colegio a encontrarme con ese chico para
proponerle no solamente participar del ensayo, sino ser parte de su grupo de
música, y antes de que sonará el despertador de mi padre a la mañana siguiente,
ya estaba despierto a la espera de ir al colegio. Es muy probable que mi padre
no olvidara ese día, porque no me queje ni una sola vez por ir a clase.
Sentía las manos frías por los nervios
de la espera, hasta que ví llegar a mi compañero de clase. Como si no importara
otra cosa, le encaré para contarle que quería ser parte de su banda de rock. El
accedió de inmediato, y esa misma tarde los fui a ver con mi vieja Fender. Esa
tarde, en el local, fue la primera vez que comencé a sentirme parte de ese
lugar. Ensayando con aquellos chicos, descubrí que la música me permitía
encontrar esos lugares comunes a todos, en los que ya no me sentía un extraño.
Los años fueron pasando, los amigos de
la infancia fueron quedando en mi memoria, y mis anhelos de estrella de rock
fueron cambiando, hasta mutar en una carrera universitaria de Periodismo y
Comunicación, que me llevó a montar mi propio estudio de radio, en el cual hoy
puedo pinchar a los Redondos y después pasar a Rosendo y su "Flojos de
Pantalón", sin percibir ya diferencias entre los dos mundos de mi
infancia.
El barrio se ha vuelto ya una parte de
mí. Lo recorro siempre que puedo y en el rostro de la gente puedo ver sus
alegrías y sus penas, mientras salen del Centro de Salud o cuando me cruzo con
ellos en la Biblioteca. Siendo pequeño, mi padre decidió que por la crisis
debíamos emigrar, y el destino me llevó a otra crisis en el mundo desconocido
hacia el que tuve que partir. el En ese mundo descubrí que, tras el enojo y la
duda de sentir que lo has perdido todo y que nada será ya igual, se esconde la
oportunidad de un nuevo comienzo.
Esperamos que les
haya gustado el relato tanto como a nosotros nos gustó participar en el
concurso.
Daniel
Instagram Storyboy
Es un relato muy bello. Me hizo sentir que todos en algún momento, nos separamos de algo muy querido, inolvidable y, con el paso del tiempo, nos damos cuenta que estamos en el mundo. Un mundo que compartimos con otros seres humanos y que no somos muy diferentes.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras, para nosotros es algo también nuevo poder participar en este tipo de concursos o eventos, en particular este relato tiene un poco de ficción y autobiografía, así que fue muy bueno poder escribirlo junto a mis amigos.
ResponderEliminarPublicaremos muy pronto un nuevo relato que hemos presentado, así que si nos sigues en nuestras redes sociales te lo iremos contando, e invitarte también a nuestros post diarios de música.
Gracias Storyboy