La tarde del 3 de febrero de 1963, Zantzinger salió de su
rancho de 283 hectáreas vestido de frac y con un clavel en el ojal, viajaba
junto a su mujer y unos amigos. De camino a Baltimore, pararon para cenar y
beber unos bourbons; en el restaurante pegó y expelió insultos racistas contra
los camareros, que se negaron a servirles más alcohol. De ese humor llegó al
Spinter's Ball, un baile anual para la gente de dinero del Estado. Lo mismo:
insultos racistas, bastonazos y bravuconadas que terminaron en tragedia cuando,
tras haber tirado a su mujer bailando, se acercó a la barra. «¡Negra, dame una
copa!», aulló. «Un minuto, por favor», contestó Hattie Carroll. El cateto entró
en cólera y la sacudió hasta que la mujer se tuvo que retirar a la cocina. Sus
compañeros pidieron una ambulancia. A la mañana siguiente, murió.
Según recogió la prensa local, el asesino se llamaba William
Devereux Zantzinger y era hijo de un adinerado plantador de tabaco de Maryland.
La víctima, Hattie Carroll era madre de once hijos y presidenta de una
asociación afroamericana. La crónica detallaba que los abogados de Zantzinger
habían argumentado que Carroll no había muerto a causa de la paliza, sino por
un accidente cardiovascular provocado por el estrés que le había generado el
ataque. Y destacaba también que el juez había dictaminado que se trataba de un
homicidio involuntario y que se establecía la condena en seis meses de prisión
y una multa de 125 dólares. Bob Dylan tenía 22 años cuando leyó en el periódico
este caso y le pareció tan impresionante que el castigo por matar a alguien a
golpes fuera tan irrisorio que decidió contarlo en una canción. Influido por el
estilo de narrador de historias que tanto le atraía de los maestros del folk
como Woody Guthrie y Pete Seeger, escribió una letra que recreaba un asesinato
racista, narrando los últimos instantes de la vida de Hattie Carroll, en un
tema al que puso su nombre: The Lonesome Death of Hattie Carroll. Dylan estructuro
la canción en cuatro párrafos, al final de cada una de las estrofas divididas
temáticamente, Dylan metía el estribillo
y recalcaba que no es momento para llorar. Al menos no todavía. El primero,
el incidente: William Zanzinger mató a la
pobre Hattie Carroll, con un bastón que hizo girar alrededor de su dedo anular
de diamantes. Vaya primer verso para una canción. Lapidario. En la segunda parte
habla del sujeto, un hombre joven cuyos padres poseían tierras y una gran posición
económica que tenían contactos con la justicia, motivo entre otros que salió en
libertad bajo fianza… “En cuestión de minutos salió a caminar bajo fianza. Pero
tú que filosofas, deshonras y criticas todos los miedos…” En la tercera parte
la protagonista es la víctima, donde no hace ninguna referencia a su condición racial,
y describe la vida que llevaba. El cuarto párrafo es un relato sobre el juicio
y la pena tan ridícula a la que fue condenado, y es ahí donde Dylan pone el
acento ya que termina cambiando el verso final del estribillo por un demoledor “Acerca el trapo a tu cara, porque ahora es
el momento para llorar”. Quizás lo
más sorprendente de todo, es el hecho de que Dylan nunca sintió la necesidad de
explicar que Zantzinger era blanco y Carroll era negro. En la turbulenta
atmósfera racial de los Estados Unidos de 1963, sabía que podía confiar en que
los oyentes completaran automáticamente esa información por sí mismos.