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miércoles, 17 de mayo de 2023

Iggy Pop - Zombie Birdhouse (Mes Iggy Pop)



"Zombie Birdhouse" es el sexto álbum de estudio en solitario de Iggy Pop, enmarcado dentro de lo que podríamos llamar su "segunda etapa", tras las acertadas colaboraciones con David Bowie ("The Idiot" y "Lust for life") y un no menos inspirado y recomendable "New Values". Tras esa fructífera primera etapa, y la publicación de "Kill City" con James Williamson (en lo que fue un reseñable disco, más en la línea de The Stooges que de lo que hasta entonces había hecho en solitario), Iggy bajó el listón creativo en un par de discos caóticos y desnortados ("Soldier" y "Party") en los que parecía querer experimentar a fondo, pero sin encontrar el camino adecuado. Y como dice el refrán, "a la tercera va la vencida", y fue con "Zombie Birdhouse" con el que logró dar en la diana creativa, que no en la del éxito comercial.

Grabado en una consola de 16 pistas en los estudios Blank Tape de Nueva York, y publicado en septiembre de 1982 por el sello "Animal Records""Zombie Birdhouse" se adelantó varios años al concepto de "publicación independiente" que tanto se valoró en la década de los noventa, como rasgo diferenciador de los artistas que no sucumbían al embrujo de las grandes multinacionales. La razón no era, en realidad, una cuestión de valores o de integridad musical, y se basaba más en que el bueno de Iggy estaba totalmente pelado económicamente, tras el fiasco de los dos discos anteriores. Según el propio Iggy: "Fue un álbum de cambio. Lo que más recuerdo y de lo que me enorgullezco es que vivía en Brooklyn porque no tenía bastante dinero para vivir en Manhattan, que es dónde grabábamos el disco, e iba a trabajar en metro como cualquier otro trabajador, cogido de la barra, a hacer mi disco. Me siento orgulloso de haberlo hecho una vez, pero no quiero repetirlo nunca más".

A diferencia de los dos discos anteriores, "Zombie Birdhouse" ha adquirido con el tiempo el estatus de disco extraño y legendario, una obra oscura y bizarra que combina el zumbido de los sintetizadores new wave y post punk con curiosos ritmos de estilo afro beat, y un enfoque de extraña poética de asociación libre en las letras. En conjunto, su encanto reside en que, sin ser una gran obra maestra desde el punto de vista musical, es un álbum que, como ya ocurrió en los discos con Bowie, se adelanta varias décadas a su tiempo, y eso es algo que se percibe ya desde el arranque de "Run Like a Villain", un sórdido y a la vez pegadizo rock and roll de apenas tres minutos (te deja con ganas de más, pero le aplican "fade out", seguramente por las restricciones de duración del formato vinilo) en el que menciona el título del álbum.

El filo electrónico del disco empieza a aparecer en "The Villagers", en la que se aprecia un sonido más cercano a alguno de los temas de "Lust for life", y aparecen los primeros "pseudo recitados" en mitad de la canción. "Angry Hills" tiene un sonido más abierto y comercial, con un ritmo de batería que es hasta bailable, y unos poco afortunados coros de fondo. Una pieza más cercana a lo que entregó en algunos tramos de "Soldier" o "Party", y sin ser mala, se queda en poco interesante.

La experimentación electrónica aumenta con el largo acople de sonido que acaba convirtiéndose en el ritmo de la oscura e interesante "Life of Work", en la que Iggy Pop adapta y transforma una canción de temática marinera en una triste reflexión sobre la vida de la clase trabajadora: "¿Qué haces con una vida de trabajo? Afróntalo por la mañana". En algunos tramos, los escuálidos y mecánicos teclados recuerdan a los Doors de su idolatrado Jim Morrison.

"The Ballad of Cookie McBride" es más accesible y llevadera, con un ritmo de fondo al que podrían haberle sacado más contundencia y partido. La melodía y la manera de cantarla recuerda, anticipándose, a la de algunas canciones de Primal Scream, más desde lo primario que desde el alarido. Una digna pieza de complemento, pero a años luz de "Ordinary Bummer", probablemente la mejor canción del disco, y junto a Run like a Villain, la única que podría entrar en una recopilación de los mejores temas de Iggy, si para esos discos no se tuvieran en cuenta los criterios de comercialidad de los que esta canción carece.

La cara B comienza con "Eat or be eaten", rítmicamente pegadiza y basada en sintetizadores y teclados acompañando a la guitarra rítmica. Hacia la mitad de la canción, Iggy se desentiende por momentos del ritmo para dar rienda suelta a una especie de "spoken word", para terminar tarareando en lo que parece realmente una sátira de canción, dentro de un disco que seguramente a Iggy le resultó muy divertido grabar. Bulldozer vuelve a la senda guitarrera, pero a la del oscuro art rock de discos como The Idiot. La diferencia está en que, de nuevo, la interpretación vocal de Iggy resulta extremadamente paródica y humorística, restándole mucho peso al tema.

En Platonic se toma las cosas más en serio, entregando uno de los temas más asequibles y hasta radiables del disco, con una sencilla combinación de teclados y guitarra rítmica y cierto toque new wave ochentero. El rock de guitarras ásperas y cortantes vuelve a mezclarse con la ruda experimentación y el art rock minimalista en The Horse Song. Cómo han cambiado los tiempos, porque el que antes "quería ser tu perro", ahora dice "sentirse como un caballo", antes de partirse literalmente de risa en el último verso de la canción, evidenciando que estaba realmente de vuelta de todo, y jugando al filo de la navaja con su carrera musical, que fácilmente pudo haber arruinado con la extraña "Watching the news" en la que lleva la experimentación y la rareza hasta el límite de lo que sus fans más acérrimos le permitirían. No lo arregla tampoco en "Street Crazies", la más tribal del disco, pero sorprendentemente carente de un mínimo de estructura o intención de construir o adecentar una canción, reafirmando que hace ya rato que el disco transitó hacia la locura más absoluta.

La acogida del disco fue, como no podía ser de otra manera, desigual. Parte de la crítica valoró estar ante el álbum más experimental de Iggy hasta el momento, mientras la otra parte valoró negativamente la extraña mezcla de proclamas, bromas, gruñidos y pseudo poesía del bizarro e incoherente conjunto final. Con estas credenciales, el álbum fue un fracaso comercial, pero como ya dijimos al principio, fue un fracaso de lo más interesante, por su audacia ante la falta de medios, sus mezclas a veces toscas, sus desarreglados y desnudos coros, su frescura primitiva y su sincera y fascinante irreverencia.

Después de semejante guantazo (tanto el que se llevaron como el que este disco supone para la industria más ortodoxa), Iggy no tenía ya margen de error. Ya no era tan joven, ni tan respetado, y en los bolsillos solo tenía agujeros. O se sacaba de la manga un disco serio y comercial, o ya no podría grabar nunca más, así que decidió gastar, una vez más, el comodín de la llamada y pedir a David Bowie que le produjera el disco Blah Blah Blah, una obra tan depurada como carente de riesgo, que actuó como auténtico salvavidas de la mítica "Iguana del Pop" en el tumultuoso y complicado mar artístico de los ochenta.