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Aún conservo aquel puñado de discos que decidí rescatar de lo que, como sospechaba, fue un camino sin retorno. Y uno de ellos era el single de Tu nombre me sabe a yerba. ¿Y por qué me recuerda tanto al ying y el yang? En primer lugar, porque sigue siendo para mí un disco de mi padre, adoptado bajo mi custodia, pero al mismo tiempo, es un disco que siento como mío y que me encanta escuchar. No encuentro en esta canción ninguno de los rasgos que me alejan de los cantautores de la época, proclives a ese minimalismo musical y esa cadencia triste que tan poco me atrae. La letra es alegre y vitalista, y el ritmo de la canción va también en consonancia con la vitalidad de las palabras.
En segundo lugar, porque es un single con dos caras muy diferenciadas, y podría decirse que, nunca mejor dicho, totalmente contrapuestas. La vitalidad de Tu nombre me sabe a yerba contrasta sobremanera con la desgarradora y descorazonadora Balada de otoño de la segunda cara, otro de los grandes temas del cancionero de Joan Manuel Serrat y que complementaba perfectamente un disco que, gracias a aquella decisión, me permite al escucharlo que venga a mi cabeza el olor puro de la naturaleza, y el sabor de la yerba, de la que nace en el valle, a golpes de sol y de agua...
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