Nacida en Staten Island (Nueva York) el 9 de enero de 1941
como Joan Chandos Báez y conocida con el nombre artístico de Joan Báez, tuvo
una infancia donde predominaba un ambiente religioso, humanista y antibelicista,
pautas que desarrollaría en su carrera como compositora, cantante y activista
en favor de la justicia, la paz y la defensa de las causas sociales. La afición
por la música le vino cuando le regalaron un Ukelele con el que aprendió a
tocar las canciones que sonaban en la radio y fue ya con 13 años, tras acudir a
un concierto de Pete Seeger, del que mas de una vez ha dicho que fue una
experiencia que nunca olvidaría, cuando decidió dedicar su vida a tocar folk. Se dio a conocer en el Festival de Folk de
Newport (Rhode Island), en 1959, donde cantó un par de temas haciendo dúo con
Bob Gibson, gracias a esta actuación consiguió un contrato con Vanguard
Records, discográfica con la que grabó al menos una docena de álbumes. El
primero se tituló “Joan Baez” (1960), se trata de un trabajo de folk compuesto
por trece canciones populares arregladas por Joan e interpretadas con la única
ayuda de su guitarra, una maravilla del folk acústico gracias a un canto
hermoso y una interpretación excelente de la guitarra, acompañado de letras
clásica y antiguas. Su debut estuvo bastante lejos del camino de activismo y
letras políticas que desarrollaría durante su carrera, pero entendemos que es
la primera piedra y merece tener su espacio aquí. Además, nos encontramos con
un álbum que para muchos amantes del folk se convirtió en uno de los que no pueden
faltar en su discoteca.
Donna, donna
pertenece a este álbum, es el corte séptimo del álbum donde también podemos
disfrutar de una versión del “House of the rising sound” que llevo al
estrellato a “The animals”, pero nos queremos detener esta dulce balada, casi
una nana infantil que Joan Baez canta de forma magistral y que ya en los años
sesenta durante los movimientos estudiantiles se convirtió en casi un himno de
la lucha debido a la metafórica letra de esta nana. Cuenta la historia de un
ternero atado camino del matadero y una golondrina que revoloteaba en el cielo
libre y orgullosa. El granjero se burla diciendo que lo que le ocurre es por
elegir ser víctima y no aprender a volar. Esta sencilla historia arropada por el
canto insustituible de Joan Baez, sumado al hermoso y puro sonido de la
guitarra, nos trasmite un toque de tristeza, pero también una especie de acusación
inflexible que penetra en el tiempo y la distancia. La canción concluye con una
observación irónica sobre la impotencia de los terneros y lo fácil que es
terminar con sus cortas vidas. La última línea, sin embargo, da una pista de
que esta canción no habla de un ternero y una golondrina, sino de la libertad.
El ternero en la canción representa el cuerpo y el impulso del deseo. El cuerpo
que nos empuja al deseo de placer, riqueza y honor, el cuerpo no es más que el
esclavo de estos deseos. El ternero que va camino al mercado para ser
sacrificado es una metáfora del viaje del cuerpo hacia la muerte. El ternero
(es decir, el cuerpo) está afligido porque se ha apegado a la vida y al placer
y teme lo desconocido del otro mundo. La golondrina es el alma, que vuela lejos
y libre de ese cuerpo sin miedo a lo que el futuro le depare, pero todo es
espiritual. La estrofa final es una enseñanza para todos los hombres, si
permanecemos sin escuchar al alma, serás fácilmente atado y asesinado, vivirás
esclavizado a tus deseos y tu cuerpo morirá sin comprender el propósito de tu
vida.
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