Y es que para entender la magnitud de Sweet Caroline, además de todo lo ya comentado, no puedo dejar de mencionar que para mí, y para muchos de mis amigos, es la canción que sonaba en aquella maravillosa película generacional que respondía al título de "Beautiful girls", en la que el protagonista realizaba un viaje a su pequeña localidad de origen para reencontrarse con sus antiguos compañeros de instituto, y el regreso a los lugares y los rostros del pasado le hacía reflexionar sobre su futuro y el difícil tránsito de los sueños de juventud (ser pianista) a las obligaciones de la vida adulta (trabajar como responsable de ventas).
Lo más probables es que la mayoría de nosotros optara por algo equivalente a aquel puesto de ventas, en lugar de perseguir algo similar al sonido de aquellas teclas del piano, pero incluso habiendo casi olvidado los dulces sueños de la infancia y la adolescencia, hay pocas tardes que recuerde tan felices como el día que, en el estadio de Twickenham en Londres, asistiendo con mi mujer a un partido de la selección inglesa de rugby, en los momentos en los que el partido se paraba por cualquier decisión técnica que demorara su reanudación, por los altavoces del estadio sonaba a todo trapo Sweet Caroline. Pensaréis que esto no tiene ninguna relevancia adicional para reflejar la magnitud emocional de la canción, pero lo entenderíais al instante si hubierais estado allí y hubierais visto las caras de felicidad de miles de adultos cantando al unísono, trasladados de inmediato a un lugar del pasado en el que los sueños eran posibles.
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