domingo, 16 de enero de 2022

Thin Lizzy: Johnny The Fox (Mes Thin Lizzy)


 

Debo reconocer que mi relación con "Johnny The Fox" ("Johnny el Zorro"), el séptimo álbum de la banda irlandesa Thin Lizzy, ha empezado hace tan solo cuarenta minutos, el tiempo que he tardado en escucharlo por primera vez para poder escribir sobre este disco en el #MesThinLizzy. No lo conocía, y solo cuarenta minutos después, el zorro de Phil Lynott y compañía me ha robado el corazón, con la misma facilidad con la que el Zorro de las películas desarmaba con su espada a sus oponentes, para dejarles después marcada en el pecho su inconfundible marca de la "Z".

Publicado en 1976, entre "Jailbreak" y “Bad Reputation”, ambas obras maestras parecen a menudo ensombrecerle, cuando en realidad Johnny el Zorro está agazapado y a cubierto, dispuesto en cualquier momento para sorprendernos con alguna de sus más que reseñables canciones sobre forajidos, aventuras y desamores. Hablamos de un disco memorable ya desde su portada, obra de Jim Fitzpatrick, diseñador habitual de la banda, que representa un tapiz o pergamino que muestra en todo su esplendor la inquietante figura de un zorro, observando una ciudad lejana bajo la luz de la luna.

El disco arranca, como no podía ser de otro modo, con la canción de su nocturno protagonista. Johnny The Fox es una pieza de intenso rock "Made in Thin Lizzy" que no desmerece ante ninguno de sus hits más clásicos e imperecederos. Rocky mantiene la intensidad y la fuerza del comienzo, con una memorable demostración de "guitarras gemelas" por parte de Scott Gorham y Brian Robertson. Tras un arranque tan eléctrico, la balada de toques sureños Borderline nos sirve para coger aire y prepararnos para el siguiente tema, Don't believe a word, un temazo que Gary Moore incluyó también en su "Back on the streets" (1978), en una versión más cercana al blues. Tras este trallazo, rozan la épica con los dedos en el comienzo coral de Fool's gold, regalándonos además un intenso riff de guitarra para redondear un grandioso cierre de la primera parte del disco.

En la cara B, las aventuras de Johnny el Zorro continúan en Johnny The Fox meets Jimmy the Weed, ("Johnny el Zorro conoce a Jimmy el Hierba”), brillante y arriesgado tema que juega con el spoken-word y que tiene un alma canalla y una estructura inesperadamente funk. Old Flame es un nuevo remanso de calma, el descanso del guerrero o, en este caso, del forajido, que no tarda en volver a la acción en la intensa obra maestra que es Massacre, en la que Thin Lizzy vuelve a sonar en lo más alto de esa colina imaginaria desde la que el zorro contempla amenazante al resto de los mortales, inundando los surcos del vinilo de dobles guitarras al galope y de ese sonido tan reconocible e inimitable de rock con toques celtas. Para el final se dejan una nueva vuelta a la tierna balada en Sweet Marie, para que Lynott se luzca en una interpretación llena de sentimiento, y un cierre sorprendente con Boogie Woogie Dance, en la que Brian Downey da toda una "master class" a los mandos de una desenfrenada batería.

Una inquietante silueta animal sigue mirando a la lejana ciudad, en la que a estas horas duermen los protagonistas de las historias de fracaso y mala suerte que pueblan un magnífico disco. Anónimos irlandeses huyendo del hambre a mediados del siglo XIX y en busca del sueño americano, y carismáticos delincuentes de ebria épica y fatal destino, todos ellos irresistibles perdedores dibujados por la pluma y la imaginación de Lynott. Entre la espectacular fuga que fue Jailbreak, y la bien ganada mala reputación que vino después, un carismático zorro campó a sus anchas por las oscuras callejuelas de finales de los setenta. Te dirán que es mejor que no te toparas con el, pero es todo lo contrario. Nunca es tarde para descubrirle. ¿Su nombre? Se llamaba Johnny... ¡Johnny The Fox!

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