sábado, 25 de mayo de 2019

Los relatos de 7notas: Un argentino en la corte del barrio de Butarque






Como nos gustan mucho las historias el pasado mes de abril, los miembros de 7dias7notas hemos participado en el "V concurso de relatos breves de Butarque" lanzado por la Asociación Vecinal independiente de Butarque, donde fieles a nuestro espíritu nuestro relato lleva asociada la música.



En esta ocasión no hemos tenido o alcanzado el primer puesto, ya que los jueces del concurso se decidieron por otro relato mucho mejores, pero como sabemos que a nuestros seguidores les gustan nuestras historias, les compartimos nuestro relato, para que lo disfruten tanto como nosotros lo hemos hecho cuando decidimos participar.



Un argentino en la corte del barrio de Butarque



Madrid estaba nublado cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Barajas. Ese fue el primer gran contraste con el tiempo veraniego que dejé atrás en Buenos Aires. Con 12 horas de avión a mis espaldas y los efectos en mi cuerpo de las 4 horas de diferencia horaria con Argentina, aún me quedaban por delante 30 minutos de taxi hasta mi nuevo barrio, mi nuevo hogar, tan cerca ya y tan lejos de lo que había sido mi vida hasta el momento.



La crisis en Argentina, los problemas económicos que atravesaban mis viejos, y la insistencia de mis abuelos paternos (gallegos) en lo que consideraban la mejor decisión en esas circunstancias, fueron los detonantes que nos propulsaron en un viaje transoceánico hasta Madrid. Era también, según ellos, lo mejor para mí, pero paradójicamente no contaron mucho conmigo o con lo que yo pudiera pensar al respecto. ¿Pensaron qué sería de mí como adolescente en este nuevo lugar? ¿Pensaron acaso en lo que iba a suponer buscarme un hueco entre amigos nuevos a la edad de 14 años, en un barrio en el que probablemente todos los chicos tenían ya sus grupos formados y su vida encauzada?


Mis amigos, sin embargo, quedaban atrás en la distancia. Prometimos escribirnos y les juré por lo más sagrado, es decir por Soda Stereo y Los Abuelos de la Nada, que el verano siguiente iría a verles en cuanto mis padres pudieran pagar un pasaje de vuelta. Mis abuelos maternos quedaron en Buenos Aires y, por lo tanto, el hilo conector seguía existiendo y teníamos un lugar en el que alojarnos durante el tiempo que pudiéramos pasar en la añorada patria.

¿Y qué había llevado conmigo además de una maleta llena de dudas y miedos? Me acompañaba mi vieja guitarra fender, regalo de mi abuelo materno, en sus tiempos cantante de tangos de cierta repercusión local en la Buenos Aires de los años 40-50, como parte de una orquesta de tango que se llamaba “Los Solitarios". No en vano, el nombre con el que bautizamos al grupo de rock con el que los amigos pretendíamos convertirnos en estrellas de rock fue "Los Llaneros Solitarios", y no solo por la pasión inculcada por mi abuelo, sino por las tiras cómicas de “El llanero Solitario”. Como Felipe en la tira cómica Mafalda, mis amigos y yo éramos fervientes admiradores de nuestro héroe de ficción. Aquel sueño de llegar al estrellato musical también había quedado enterrado a 12 horas de avión en el hemisferio Sur.

El taxi llegó a una zona de edificios y zonas verdes que parecía bastante tranquila. Un bulevar atravesaba la calle principal, franqueada por una línea de edificios a cada lado y, detrás de éstos, otras dos calles paralelas a la calle principal. En los bajos de los edificios estaban los comercios, principalmente bares, cafeterías y farmacias. No estaba mal si tu plan era beber hasta ponerte enfermo, y comprar después analgésicos y jarabes contra la depresión posterior.

El departamento que habíamos alquilado no era muy grande, en esta nueva etapa me tocaba compartir habitación con mi hermana, y ella estaba aún más enfadada porque ahora tenía que compartir espacio con mi guitarra y mis calcetines olvidados en el suelo. Nos queríamos mucho, pero mi guitarra y su legión de zapatos eran fuente de pelea constante.

Mi madre estaba hablando con la dueña del departamento sobre el funcionamiento de la ducha, la heladera y sobre como prender el calefón y recuerdo, como si ese momento hubiera sucedido ayer, mirarles anonadado y con la sensación de que ambas hablaban idiomas completamente diferentes, mientras la señora respondía: "El piso está reformado, la nevera es nueva y la caldera hay que encenderla ya que ha estado apagada mientras el piso no estaba alquilado pero funciona perfectamente... "

Al día siguiente, mi padre nos despertó y nos dijo que nos vistiéramos para ir al nuevo colegio, en el que "ya veréis como conocéis nuevos amigos muy pronto y que todo va a ir muy bien". A los 14 años esas cosas son un mundo, cada acontecimiento es una revelación, y las diferencias se hacen más grandes cuando descubres que ese mundo está partido en dos, algo que sólo averiguamos cuando salimos de nuestra "mitad" del mundo. Estando en clase, los que en Argentina eran conquistadores pasaron aquí a ser respetados aventureros y descubridores, protegidos por admirados reyes de brillante historia. La lengua del ustedes y el vos pasó a ser de vosotros y tú, y solo las matemáticas mantuvieron la lógica de que 1+1 siguieran siendo 2.

Pero poco a poco comencé a conocer nuevos amigos, y no es que los anteriores se me fueran olvidando, pero contra todo pronóstico el acento extraño y el "Che" me fueron ayudando. Al salir del colegio volvía a casa por el bulevar que cruza el barrio, y un día me encontré a uno de los chicos de mi clase llevando unos platos de batería. Me detuve a preguntar que hacía con ellos, y me contó que era parte de una banda de rock y les habían dejado ensayar en el local de la asociación de vecinos, justo enfrente del Instituto. A cambio ellos tocarían en las fiestas populares del barrio en el mes de junio.

Seguimos hablando durante todo el camino hasta el local de la Asociación, y le conté que yo tenía una banda de rock con unos amigos. Ya en el local, mientras él montaba la batería en un rincón, descubrí que paradójicamente había huido de una situación complicada en Argentina, en la que peligraban cosas básicas como la educación y la sanidad, para llegar a un barrio en el que el Instituto había costado un movimiento vecinal, y en el que aún no contaban con servicios básicos como una Biblioteca o un Centro de Salud. Aquello me dejó confundido y absorto en mis pensamientos, hasta que el chico me zarandeó y me dijo: "¡Eh, que no te enteras, que si te apuntas un día a ensayar con el grupo!"

Volví corriendo a casa en busca de mi vieja guitarra, no la había tocado nunca desde que había llegado a Madrid. Subí las escaleras de un tirón, abrí la puerta del departamento dejándola abierta tras de mí, apenas escuché a mi madre diciendo una vieja frase de "no vives en carpa", pero sin hacer mucho caso recorrí el pasillo hasta mi cuarto, en busca de la guitarra.   Pero fue regresar a la puerta de entrada y allí estaba nuevamente mi madre, enojada por las pintas que traía, y recordándome que debía quedarme en casa ya que la comida ya estaba sobre la mesa.

Ese día se me hizo muy largo. Era la primará vez que quería volver al colegio a encontrarme con ese chico para proponerle no solamente participar del ensayo, sino ser parte de su grupo de música, y antes de que sonará el despertador de mi padre a la mañana siguiente, ya estaba despierto a la espera de ir al colegio. Es muy probable que mi padre no olvidara ese día, porque no me queje ni una sola vez por ir a clase.

Sentía las manos frías por los nervios de la espera, hasta que ví llegar a mi compañero de clase. Como si no importara otra cosa, le encaré para contarle que quería ser parte de su banda de rock. El accedió de inmediato, y esa misma tarde los fui a ver con mi vieja Fender. Esa tarde, en el local, fue la primera vez que comencé a sentirme parte de ese lugar. Ensayando con aquellos chicos, descubrí que la música me permitía encontrar esos lugares comunes a todos, en los que ya no me sentía un extraño.

Los años fueron pasando, los amigos de la infancia fueron quedando en mi memoria, y mis anhelos de estrella de rock fueron cambiando, hasta mutar en una carrera universitaria de Periodismo y Comunicación, que me llevó a montar mi propio estudio de radio, en el cual hoy puedo pinchar a los Redondos y después pasar a Rosendo y su "Flojos de Pantalón", sin percibir ya diferencias entre los dos mundos de mi infancia.

El barrio se ha vuelto ya una parte de mí. Lo recorro siempre que puedo y en el rostro de la gente puedo ver sus alegrías y sus penas, mientras salen del Centro de Salud o cuando me cruzo con ellos en la Biblioteca. Siendo pequeño, mi padre decidió que por la crisis debíamos emigrar, y el destino me llevó a otra crisis en el mundo desconocido hacia el que tuve que partir. el En ese mundo descubrí que, tras el enojo y la duda de sentir que lo has perdido todo y que nada será ya igual, se esconde la oportunidad de un nuevo comienzo.



Esperamos que les haya gustado el relato tanto como a nosotros nos gustó participar en el concurso.

Daniel
Instagram Storyboy

2 comentarios:

  1. Es un relato muy bello. Me hizo sentir que todos en algún momento, nos separamos de algo muy querido, inolvidable y, con el paso del tiempo, nos damos cuenta que estamos en el mundo. Un mundo que compartimos con otros seres humanos y que no somos muy diferentes.

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  2. Muchísimas gracias por tus palabras, para nosotros es algo también nuevo poder participar en este tipo de concursos o eventos, en particular este relato tiene un poco de ficción y autobiografía, así que fue muy bueno poder escribirlo junto a mis amigos.
    Publicaremos muy pronto un nuevo relato que hemos presentado, así que si nos sigues en nuestras redes sociales te lo iremos contando, e invitarte también a nuestros post diarios de música.
    Gracias Storyboy

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