Para el disco de la semana 170 hemos pensado que, en estos tiempos de confinamiento en casa, era necesario recomendar un disco que, además de ofrecer un buen rato de entretenimiento a través de la música, aportara además una necesaria dosis de buen humor. Después de mucho reflexionar, nos hemos decidido por el segundo trabajo de la irreverente y transgresora banda española de "Los Toreros Muertos", llamados así en un claro guiño españolizado hacia el grupo punk "The Dead Kennedys".
Esta singular banda, formada en 1984 en plena movida madrileña, con influencias reconocidas y reconocibles de La Orquesta Mondragón, Javier Krahe, Madness, Talking Heads y Police, estaba formada por el polifacético actor, presentador, showman, dibujante, escritor y, en este caso, cantante Pablo Carbonell, el teclista argentino Guillermo Piccolini y el bajista Many Moure. En 1985, lanzaron su primer sencillo "Yo no me llamo Javier" y en 1986 llegó su debut de larga duración, con el irreverentemente título de "30 años de éxitos", más propio de una recopilación de los temas de una banda consolidada que del debut de un grupo nuevo. Tras este aclamado disco de debut, en el que además de la citada "Yo no me llamo Javier" incluía el imprescindible megahit de "Mi agüita amarilla", llegó en 1987 la esperada continuación con "Por Biafra", el segundo disco de la banda.
POR BIAFRA
Aunque 9 de cada 10 críticos entrevistados estarían de acuerdo en que el primer disco es más brillante en su conjunto, el azúcar que hizo que el décimo dentista cayera en la tentación está muy presente en este "Por Biafra" aunque no lograra el éxito mediático de su antecesor. El disco arranca con el estilo efectivo y socarrón de "Mama" y sus coros de estilo "bestiapardista", canción que continúa la senda musical marcada en el disco anterior, genial el momento en que se para la música y Pablo clama: "¡Mamá, creí que era mejor, en lugar de un telegrama, cantarte esta canción!".
"El cielo es azul" descarrila musicalmente hacia ritmos étnicos sin tomarse demasiado en serio su propia propuesta ecléctica, quedando a medio camino en todos los sentidos y marcando uno delos puntos más flojos del disco, mientras que el hit "On the desk" es la genial visión de una clase de inglés desde la perspectiva del joven alumno y su rudimentaria pronunciación y su limitado conocimiento. En las actuaciones, Pablo Carbonell aparecía vestido con el característico "baby" que muchos hemos llevado durante el período de educación infantil, antes conocido como "parvulitos". Apoyado en un tono cabaretero y una efectiva sección de viento, y con el toque justo de actitud punky en la forma de cantar de Pablo y los coros de brutotes. Imprescindible.
Con la llegada de "Los niños de colores" se les fastidia la fiesta a los protagonistas de la canción, pero al mismo tiempo al oyente del disco le ocurre exactamente lo contrario. Los brillantes cambios de ritmo van de la balada insulsa y tontorrona bajo una capa de teclados y guitarras pseudo trascendentales, al desatado punk de la batería, las guitarras y el desatado estribillo de "Los niños de colores me tocan los c...", como parte central de la divertida y transgresora letra. todo el conjunto hace que, por primera vez desde que comenzó la escucha, te levantes del asiento para pegar botes.
En una línea parecida de actitud punky estaría "En mi portal", con un toque más reivindicativo y de crítica social (enorme la carga cínica del estribillo "Por favor no te mueras en mi portal") y un envoltorio musical decididamente ska. Gran cierre para lo que antaño era la cara A, y efectiva antesala de la socarrona "Para ti", la brillante sátira sobre las melosas canciones de amor en las que el cantante recita, con voz seductora, tiernos mensajes de amor en las estrofas, para despegar después con un estribillo cantado. Sólo que aquí, los mensajes son absolutamente irreverentes, incluyendo ingeniosas rimas en las que piden a la chica que trate el regalo de su canción con cariño ("Dale la papilla, acuéstala a tu lado, hazle un francés, y recuerda que es... ¡Para ti!") a rezos infantiles ("Jesusito de mi vida... ¡Jesús, que vida llevo!") y referencias a rezos infantiles ("Jesusito de mi vida... ¡Jesús, que vida llevo!"). Simplemente genial.
Le sigue otro de los momentos álgidos con "Pilar", que recuerda en temática a ese otro gran éxito de la irreverencia hecha música que fue "La Ramona" de Fernando Esteso. Descarada y rockabilly, fue un tema de enorme éxito en Espña y, sobre todo, en varios países de Sudamérica, gracias a su socarrona y efectiva letra ("Pilar no tiene bicicleta, pero tiene un buen par de...)
Descansamos de tanta irreverencia básica e inmediata con "En un cuarto de baño", un tema más pop que sus predecesores en el disco, probablemente el segundo momento bajo del disco, en el que parecen parodiar a los Hombres G en el modo de cantar. En su tramo final contiene el estribillo del siguiente tema, uno de los grandes petardazos del disco y de la carrera de este grupo. De nuevo a través de la ingenua y a la vez ácida visión de un niño sobre lo que le gusta hacer en compañía de sus amigos. Este genial tema lleva el nombre de uno de esos amigos y cuenta con uno de los estribillos más emblemáticos y atemporales del pop español. Alguna de las bromas de "Manolito" no se entendería bien hoy en día y hasta podría ser tildada de machista, pero eso equivaldría a tomarse en serio a un grupo que, básicamente, pretendía reírse del sistema, del prójimo, y hasta de ellos mismos.
"Vámonos al campo" es poco más de un minuto y medio en clave de punk socarrón y una temática que esta semana sería imposible de reproducir ("En está ciudad no aguanto, vámonos al campo, esto es un espanto"). Efectiva pero anecdótica comparada con algunas de las grandes canciones anteriores.
El disco cierra a buen nivel con la romántica "Dime Guau", en la que el protagonista se levanta resacoso una mañana y, aparentemente, echa de menos a su pareja o su ligue de noche. Pero como buena canción de Los Toreros Muertos, no podía moverse en terrenos tan convencionales sin soltar un estacazo, y al llegar al estribillo nos genera la sospecha de que pudiera estar hablando realmente de un caso de zoofilia con su mascota. Bromas aparte, es también la canción en la que aprovechan para demostrar que, instrumentalmente, son además unos músicos más que solventes.
Conforme el volumen de este último tema va bajando y se atisba el final, el cuerpo nos pide volver a escuchar los buques insignias del disco, y volver a reír con las tontorronas peripecias de "Pilar" y "Manolito", y sonrojarnos con sus bobalicones acercamientos amorosos ("Para ti"), sus simpáticos avances con el inglés ("On the desk") y sus alocadas fiestas de instituto, disfrutando de ese fugaz instante que nació ya condenado a no poder durar, porque en cualquier momento, para fastidiarlo todo, entrarán por la puerta los malditos "niños de colores".
El disco cierra a buen nivel con la romántica "Dime Guau", en la que el protagonista se levanta resacoso una mañana y, aparentemente, echa de menos a su pareja o su ligue de noche. Pero como buena canción de Los Toreros Muertos, no podía moverse en terrenos tan convencionales sin soltar un estacazo, y al llegar al estribillo nos genera la sospecha de que pudiera estar hablando realmente de un caso de zoofilia con su mascota. Bromas aparte, es también la canción en la que aprovechan para demostrar que, instrumentalmente, son además unos músicos más que solventes.
Conforme el volumen de este último tema va bajando y se atisba el final, el cuerpo nos pide volver a escuchar los buques insignias del disco, y volver a reír con las tontorronas peripecias de "Pilar" y "Manolito", y sonrojarnos con sus bobalicones acercamientos amorosos ("Para ti"), sus simpáticos avances con el inglés ("On the desk") y sus alocadas fiestas de instituto, disfrutando de ese fugaz instante que nació ya condenado a no poder durar, porque en cualquier momento, para fastidiarlo todo, entrarán por la puerta los malditos "niños de colores".
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