Lo primero que nos encontramos al abrir el disco es la portada, que inevitablemente recuerda al disco "The Great Escape" (1995) por la temática común de mar y deportes acuáticos, pero mientras que los personajes de aquella portada estaban disfrutando de lo que parecían unas despreocupadas vacaciones, el "Darren" que suponemos protagoniza la portada actual está nadando solo en una piscina, mientras al fondo, en el mar, parece avecinarse una gris tormenta. Y de eso va esta singular "balada" convertida en disco, de la exploración de las complejas consecuencias de la "tormenta" emocional que supone toda ruptura sentimental. Aunque el protagonista sea "Darren" (el guardaespaldas de Damon Albarn) es el propio Damon el que, como responsable de la mayor parte de las letras de la banda, se sincera abiertamente y deja que sus emociones y pensamientos empapen de melancolía y belleza a las canciones del disco.
El álbum arranca con la suave intro de piano de "The Ballad", a la que le sigue la cada vez más cálida y profunda voz de Damon Albarn, en un medio tiempo que ya nos deja claro que hay heridas que curar, pero lo hace sin caer en la monotonía ni en una excesiva tristeza, reciclando una composición que Damon Albarn tenía inconclusa y que ya aparecía, a grandes trazos, con el título de "Half a Song" ("Media canción") en su colección de demos "Demo Crazy" (2003). Aquí, la acaba y la mejora, dándole un toque más sombrío y melancólico que nos recuerda al mejor Scott Walker y a alguno de los muchos "Bowies".
Tras este brillante comienzo, "St. Charles Square" no termina de convencer del todo, y no porque no sea una excelente canción (de hecho, es una de las elegidas como single), pero quizá sea la única canción que sí se plantea repetir la fórmula del éxito pasado, convirtiéndose en una isla extraña de energía y distorsión en mitad del melancólico mar que reina en el disco. Sería injusto no valorarla individualmente, porque al hacerlo vemos que es un claro hit marca de la casa, plagado de los característicos ramalazos de la guitarra de Graham Coxon, que recuerdan al "It's no game" de David Bowie, pero dentro de un disco como éste, corta abruptamente la dinámica de melancolía y delicados arreglos de la obra en su conjunto.
Tras este pequeño "sobresalto", llega una de las mejores canciones del disco y de toda la discografía de Blur, la aritmética y a la vez intensa "Barbaric", una joya de pop melódico y maduro con un estribillo antológico, del que es imposible no hacer mención al reseñar este tema, no solo por lo pegadizo del mismo, sino por la manera tan madura en la que afronta el tema de la ruptura sentimental, desde la tristeza y la añoranza, consciente de que es a dónde la vida les ha llevado a los dos, y lejos de cualquier atisbo de rencor o despecho: "Hemos perdido el sentimiento que pensamos que nunca perderíamos, ¿A dónde vamos ahora? ¿Y a qué precio? El sentimiento que pensamos que nunca perderíamos... Y es una barbaridad" .
No es una joya aislada, porque a continuación llega "Russian Strings" similar en brillo y si cabe aún más profunda en lírica y letra, expresando como ha encarado la separación: "Volé a Belgrado, me alojé en un hotel, ahogándome...". La guitarra de Graham Coxon brilla aquí sin estridencias ni distorsiones, al servicio de la canción y no por encima de ella, logrando un resultado realmente brillante, y especialmente apreciable cuando queda desnuda en los acordes finales de la canción. Con el eco del bello sonido de las notas de la guitarra, "The Everglades" nos pilla ya entregados a estos Blur maduros y profesionales. Con cierto toque acústico y unos bellos arreglos de cuerdas, la canción se inspira en la sobriedad y la profundidad de la música y las letras de Leonard Cohen.
"The Narcissist" es la siguiente joya en salir a la palestra, y la única razón por la que no nos sorprende tanto es porque fue el tema primer tema de "The Ballad of Darren" que se dio a conocer en radios y redes sociales, un redondo tema pop que no pierde el sentimiento de otros temas más calmados del disco. Le sigue "Goodbye Albert", un tema en el que los teclados y la guitarra recuerdan a canciones del pasado de la banda, pero de nuevo aportando un tono más triste de lo habitual y unas letras que son todo un ejercicio de nostalgia de tiempos pasados.
"Far away Island" habría encajado a la perfección en los discos de Damon con "The Good the Bad and the Queen" o más aún en en su trabajo en solitario "The nearer the fountain, the more pure the stream flows" (2021), y es una deliciosa pieza a ritmo de vals sobre el desarraigo y la nostalgia del que mira hacia atrás y contempla lo lejos que está del que un día fue. Algo más luminosa es "Avalon", que va creciendo de la balada al rock suave y melódico, apoyada en una destacable sección de vientos y en las notas del piano de Damon Albarn, omnipresente en la mayor parte del disco.
No queremos que llegue el final, pero enfrentarnos a ese sentimiento es más dulce con una canción como "The heights", una balada-himno a la altura de los clásicos "To the End" o "This is a low", con un excelente trabajo de batería de Dave Rowntree y un inesperado cierre que recuerda a la caótica orquesta de "A day in the life" de The Beatles. ¿Qué más se puede pedir? Que no tarden otros ocho años en entregar una obra de estas proporciones, un disco intenso y honesto con el que nos han salvado un 2023 que musicalmente estaba resultando anodino y bochornoso, y del que hemos podido refrescarnos gracias a Darren y la soledad de su piscina, conscientes de que, por más que pase el tiempo, Blur sigue despertándonos un sentimiento que pensamos que un día perderíamos. Lo siguen haciendo, y es una barbaridad.
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