Un disco que comienza con un tema de la talla de I Wanna Be Adored, con el brillante riff y la pretenciosa y lisérgica atmósfera que lo componen, tiene ya medio camino andado hacia el Olimpo de los mejores álbumes de todos los tiempos, y si a continuación suena un tema como She Bangs The Drums, temazo incombustible con una línea de bajo que se te clava en el subconsciente y te hace desear que la canción no tenga fin, la cima del famoso monte heleno esté ya casi al alcance de la mano. Y como no hay dos sin tres, con la brillante guitarra y el pegadizo ritmo de Waterfall llegan definitivamente a los más alto.
El resto del disco está también lleno de las atmósferas lisérgicas y el sonido eléctrico del post-punk de los ochenta, y de las típicas voces insinuantes y ritmos cadenciosos de la banda. Decir que es imposible mantener el nivel de los tres primeros temas no es desmerecer o quitar valor a canciones en las que los Stone Roses transitan entre la ligereza de temas como Don't Stop, las referencias al mayo del 1968 en Bye Bye Badman, los guiños al estilo de canción tradicional a lo Simon & Garfunkel en Elizabeth My Dear, o los alardes y la grandilocuencia instrumental de la impactante (Song For My) Sugar Spun Sister.
Más luminoso y accesible es ese himno que responde al nombre de Made Of Stone, uno de los momentos álgidos de un disco, con un estribillo para enmarcar y colgar en un lugar relevante de la pared de piedra de la historia del grupo. Esta canción podría ser el colofón perfecto de este laureado primer disco, pero es que aún queda tiempo para mucho más. Tras las correctas Shoot You Down y This Is the One, llega el turno de una canción imprescindible que, con permiso del triunfal trío de arranque, se proclama altiva y orgullosa como la auténtica joya del disco: I am The Resurrection, una impactante obra de más de ocho minutos de pop rock elegante e irresistible, de lo mejor que el grupo nos llegó a dar.