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viernes, 8 de abril de 2022

Disco de la semana 270: Guitarras Callejeras, Pata Negra



No creo que haya, en el panorama musical español, un disco con pasajes de guitarra tan densos, virtuosos y, como su propio nombre indica, tan callejeros como los de Pata Negra en Guitarras Callejeras (1986). Tampoco hay en la discografía de los hermanos Amador un disco de las características y la particularidad de esta obra. Concebido y grabado en 1979 como una serie de sesiones en las que daban rienda suelta a la innovadora técnica de tocar blues con guitarras flamencas y púa, no fue hasta 1986, y tras la publicación de dos discos de estudio con Universal - Pata Negra (1981) y Rock gitano (1983) - cuando Raimundo y Rafael se decidieron a publicar esta pequeña rareza con la discográfica Nuevos Medios. Y mira por dónde, la pequeña curiosidad que pensaban serían sus "Guitarras Callejeras" es para muchos su mejor disco.

Me incluyo entre esos muchos, porque sin ser un gran aficionado al flamenco rock o a la fusión del blues y el rock con el arte gitano, disfruto a menudo de un disco cuya escucha pasa volando y te deja con una gran sonrisa de admiración y satisfacción en el rostro cuando ha terminado. Y todo ello es culpa, principalmente, de la música de dos guitarras entrelazadas y absolutamente desbocadas, de las que emana a borbotones el intenso mestizaje de una música que proviene, a partes iguales, los oscuros callejones de su Sevilla, y de las icónicas carreteras de la ruta 66 y las fértiles orillas del Mississipi.

La paleta de estilos de Pata Negra es tan amplia, que se atreven con un corrido mexicano en el arranque con Juan Charrasqueado (un personaje y una canción que emparentan con el Hey Joe de Jimi Hendrix, pero que lo superan en intensidad y espíritu canalla), o a superar con nota una versión desnuda y acústica de Los managers, con el mismo desparpajo con el que se lanzan a los brazos del rock and roll en las excelsas Pata PaloRock del Cayetano, que poco después fue versionada por Los Ronaldos.

Las letras son por momentos afiladas y ocurrentes, como en la certera postal del extrarradio y la mala vida que es Ratitas Divinas, pero no pasan de ser un acompañamiento a las auténticas protagonistas del disco: Las guitarras, descarriladas e imparables, dibujando paisajes llenos de energía y colorido, en una enorme demostración de descaro y poderío callejero. Por eso no se echan en falta los versos, en instrumentales de la talla de Morao Mellizo o La Pata Negra. No es que sobren las palabras, es que es difícil cantarlas al unísono cuando te has quedado literalmente boquiabierto.

Habrá voces, más entendidas en la materia, que prefieran discos más trabajados y producidos como el célebre Blues de la frontera’ (1987), pero yo lo tengo muy claro. No llego a tanto, y la frontera para mí queda demasiado lejos. Prefiero perderme en los serpenteantes callejones de una obra tan intrincada como directa, tan desnuda como exuberante. Yo no me subo todavía, yo me quedo en la calle, que aún es pronto para recogerse, y me parece oír unas guitarras a lo lejos.