La adolescencia da lugar a situaciones en las que el sentido del ridículo brilla por su ausencia, y esa falta de responsabilidad hacia lo políticamente correcto es la que hace que esas situaciones pasadas se recuerden después en la edad adulta con una sonrisa. O lo que es peor, con una inoportuna e inevitable carcajada dónde quiera que te pille en el momento de recordarlo. Así que acabas riéndote solo y haciendo de nuevo el ridículo.
Algo así me ocurre cuando recuerdo un episodio relacionado con la música, en un verano de la adolescencia de los que formamos 7dias7notas. Amigos desde la infancia, aquel verano de finales de los 80 fuimos a pasar unos días a la parcela que uno de nosotros aún tiene en las cercanías de Estremera, en una urbanización de parcelas a orillas del río Tajo.
La urbanización en cuestión tenía sus propias fiestas vecinales, y para la ocasión se organizó un concurso de flamenco en el solar de arena que hacía las veces de campo de fútbol y de improvisado "recinto ferial".
No recuerdo quién de nosotros tuvo la feliz idea, en mi defensa diría que no fui yo, pero al mismo tiempo tampoco recuerdo que pusiera ninguna resistencia cuando uno de nosotros dijo: "Anda, un concurso de flamenco, por qué no nos apuntamos y que Nevermind cante una canción de Prince".
La distancia entre Prince y el flamenco podría ser equivalente a un Paris-Dakar, pero en ese momento a ninguno de nosotros nos pareció una mala idea.
En un breve atisbo de responsabilidad decidimos que "igual necesitábamos ensayar primero", para lo cual cargamos en una bicicileta uno de aquellos enormes radiocassettes a pilas, y nos fuimos a mitad del campo a ensayar la canción. ¿Y qué canción? La (léase con ironía) sin lugar a dudas aflamencada "Let's go crazy" que abría esa obra maestra que es el disco "Purple Rain" del desaparecido genio de Minneapolis (ciudad limítrofe con Triana).

Un implacable jurado de 4 miembros, entre los que se encontraba el padre de un amigo al que para mantener la confidencialidad llamaremos "Chiqui", observaron atentamente las actuaciones y emitieron sus votaciones levantando unas tablillas con puntuaciones del 0 al 10.
Uno a uno fueron desfilando los otros 3 participantes. Primero salió al escenario "El pequeño ruiseñor de Estremera". Tras su imponente actuación a capella le llegó el turno a "El niño cantor de las parcelas" que arrancó los aplausos del público, y tras el salió "Gorgoritos de la Puebla" para hacer las delicias de los entendidos allí presentes. Pero lo mejor de la tarde estaba por llegar.
Y llegó nuestro turno como cuartos y últimos concursantes. Como era la primera actuación en vivo de lo que ha sido una "injustamente truncada carrera musical" (la ironía corre a raudales por este texto, que le vamos a hacer), para vencer el miedo escénico decidimos que nos pondríamos todos en corro en torno al único micrófono, mientras yo cantaba la canción. El resto de las Ardillas harían los coros, formando un muro de aislamiento frente al público que ya hubiera querido tener Roger Waters para sus conciertos.
La canción de Prince empezó a sonar de fondo en el viejo radiocassette, Alvin y las Ardillas salieron al escenario, formaron un corro alrededor del micrófono... y lo demás es historia.
Es posible que los lugareños, a juzgar por las caras de todos los presentes, no hayan visto una cosa igual en sus vidas. Puede incluso que alguno de ellos siga frotándose los ojos y preguntándose si realmente ocurrió.
Pero ocurrió. Terminamos la canción y un incómodo silencio reinó en el diminuto recinto ferial. Los jurados fueron levantando sus tablillas:
"0" votó el primer jurado.
"0" votó el segundo jurado, que al parecer estaba bastante de acuerdo con el primero.
"0" votó el tercero, que no percibió los matices diferentes que aportamos al concurso.
Y en el momento más delirante de la tarde, le llegó el turno al padre del "Chiqui", que con parsimonia levantó la tablilla y mostró un "10" inapelable que terminó de revolucionar los marcapasos de los puristas del género.
Y así fue como Alvin y las Ardillas consiguieron un meritorio 4º puesto, en un concurso de flamenco de cuatro participantes, cantando una canción de Prince en lo que solo puede recordarse como una actuación "de 10".
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